Periodista Sebastiana Barráez Pérez, Oradora de Orden en la Sesión Especial del Concejo Municipal del municipio Junín |
Los periodistas
no somos enemigos
Sebastiana
Barráez
Antes
de empezar mi discurso quería hacer una salvedad. Nosotros hoy no es,
exactamente, que conmemoramos el día del periodista; una aclaratoria para la
Cámara Municipal. Nosotros celebramos el Día del Periodista. Y si ustedes le
preguntan a cada uno de los periodistas que están ubicados en esa ala de este
salón, nosotros estamos celebrando el Día del Periodista, como celebramos la
vida, como celebramos nuestra profesión y como celebramos este a país.
Y
la otra aclaratoria que quiero hacer: a este país le hace falta que nosotros
derribemos algunas barreras en esto de la polarización, porque resulta que casi
siempre los periodistas estamos en la acera de al frente del poder. Y hoy no
están aquí los concejales del Psuv, ni los dirigentes del Psuv, porque como
ellos están en el poder, nosotros estamos en la acera contraria. Mañana les
aseguro que va a ser una historia distinta. Mañana seguramente estarán aquí los
del Psuv y no estarán los opositores.
Quise
titular mi discurso llamándolo Los Periodistas no somos enemigos.
Yo
estaba, irremediablemente, destinada al periodismo. De nada sirvieron aquellos
trucos para ir a estudiar medicina. Mi madre, Celita Pérez Suárez, siempre tan
pedagógica ella, cuando le dije que quería irme a la facultad de Medicina en
Mérida, me respondió: “no hay dinero, estudié lo que hay ahí en San Cristóbal o
se va para la cocina”. No quería ninguna de las carreras en existencia en
Táchira y mucho menos la cocina. La que remotamente podía acercarse a una
opción, sino tenía alternativa, era Comunicación Social.
Presenté
la Prueba de Actitud Académica y cuando llegó la hora de llenar las opciones de
carrera, vi en aquella planilla la oportunidad de vencer la resistencia de mi
madre. Coloqué primero medicina, segundo medicina y tercero comunicación. El
Consejo Nacional de Universidades me seleccionó para Comunicación.
No
sabía entonces que, a pesar de mi resistencia, ya se me había cruzado el
periodismo. Yo era una adolescente cuando llegué al Liceo Carlos Rangel Lamus; allí tuve a uno de esos extraños y decisivos educadores
que marcan nuestra formación, el profesor Rafael Rincón. Él rompía paradigmas
y, más que buscar en un libro, nos llevó a otras experiencias, dándonos la
opción de decidir. Fui de las que escogí la elaboración de un periódico. Les
aseguro que no por gusto, solo que fue con lo más me identifiqué. Poco después
fui la coordinadora del aquel medio llamado Corto-Circuito.
Ni
siquiera entonces me había dado cuenta que yo tenía una herencia en esa línea.
Mi padre Víctor Barráez y mi mamá, tenían una máxima en la solidaridad, en el
apoyo al prójimo, en la ayuda incondicional. Creo que por eso creían y militaban
en la izquierda. Papá en el aquel honesto Movimiento Electoral del Pueblo y
mamá en la lucha gremial con la Federación Venezolana de Maestros. Mamá era la
más intensa, hizo de la defensa de los educadores una pasión sin barreras. ¡Ah!
entonces el poder en Rubio y en el Táchira lo tenía el otrora poderoso Acción
Democrática. Los del partido blanco eran tan temperamentales e intensos como
hoy son los chavistas. Mamá no daba tregua. Yo era una niña aun muy pequeña,
cuando, no sé de dónde, trajeron a mi casa un viejo multígrafo, que era un
aparato en el que reproducían con tinta, en hojas blancas, un periódico
clandestino llamado El Chacarito. La
redactora era mamá y tenía a un par de educadores cómplices. Luego entendí que
ella optó por esa alternativa ya que no había ningún medio de difusión a través
del cual denunciar lo que sucedía en las escuelas de Rubio. Aunque nunca antes
tuvo contacto con el periodismo, aquella maestra, de visión a futuro que era mi
madre, se dio cuenta que el periodismo es el arma más poderosa contra el abuso,
contra el poder, contra la prepotencia de quienes desde las alturas se creen
bendecidos. Todos en casa participábamos, de una o de otra forma, en El Chacarito: unos activamente y otros
haciendo silencio. Siempre se temía que los cuerpos de seguridad nos allanaran
la casa por el clandestino Chacarito.
A veces papá sacaba el multígrafo en su viejo Pontiac y lo llevaba a casa de
algún aliado. Mamá desapareció El
Chacarito cuando se hizo asidua visitante del diario La Nación y mi casa
era centro de visitas de periodistas reconocidos como Humberto Rodríguez
Guevara, Carmencita Molina, Mireya Vivas, Orfilia Contreras, Days Martínez, entre
otros.
En
el núcleo de la Universidad de Los Andes en Táchira fui a presentar una prueba
de admisión, rogando a Dios no quedar y que por fin mamá aceptara enviarme a
estudiar medicina. Fueron muchísimos los que presentaron la prueba, pero sólo
escogerían a 80. ¿Adivinan? Yo quedé entre los 80 escogidos. Ahí me resigné y
entré a estudiar comunicación.
Poco
después un dirigente de AD y excelente profesional como Juan de Dios Cañas nos
envió una invitación, a Gonzalo Rey y a mí. Nos invitaba como director del CIER
a dar unos talleres de periodismo estudiantil. Ni idea teníamos de qué era eso.
Revisando las exigencias nos dimos cuenta que fue eso lo que yo hice en el Liceo
con El Corto-Circuito. ¡Ah! Estábamos
como pez en el agua. Cañas demostró tener visión de futuro. Logramos que todas
las escuelas de Rubio sacaran sus periódicos, algunos más ingeniosos que otros.
Lo más maravilloso es que cada instituto de educación tenía no menos de cinco
periódicos escolares. Ese reto me entusiasmó hasta el delirio.
Tiempo
después la ULA me envió a representarla en un Encuentro Nacional de Educadores
a desarrollarse en Maracay, con el tema Periodismo Estudiantil. Ahí descubrí
que el ensayo de Rubio se convertiría en una experiencia nacional.
No
pasó mucho tiempo para que Zoyré Frontado de Matos, una periodista de gran
calidad humana, me recibiera en diario La Nación y me propusiera que fuera
conociendo el ambiente; eso sí, sin paga. Así que yo seguí pidiendo cola en la
entrada de Rubio para ir todos los días a la Universidad y al trabajo. Después
supe que diario Pueblo buscaba aprendices, solicité entrar y me contrataron,
esta vez con pago incluido. Ya no hubo vuelta atrás, no sé cuándo hice del
periodismo esta pasión, esta razón de vida y este compromiso con mis lectores. Y si
alguien fue decisivo en ese mi quehacer periodístico, como el de muchos
periodistas de este estado, fue un rubiense: José Rafael Cortés, el dueño de La
Nación. Me apoyó en momentos en que el poder quiso enseñorearse con aquella
impulsiva periodista que yo era entonces.
Y
es que el periodismo es libre o sino es una mentira o un recurso usado por el
poder para subyugar, para que engañemos a las masas, para que usemos la palabra
para someter a nuestros lectores, a nuestros oyentes, a nuestros televidentes.
Entonces, ¿qué es un periodista? Es aquel cuyo oficio es decir la verdad
verdadera. O como dijo Gabriel García Márquez es el “mejor oficio del mundo”.
Cuando
hice un curso de Corresponsales de Guerra con los cascos azules de la ONU en
Buenos Aires, uno de los conferencistas fue Ryszard Kapuścińsk, un
reconocidísimo periodista bieloruso,
quien dijo en su obra “Los cínicos no sirven para este oficio”, que “Para ejercer el periodismo, (para ejerver el
periodismo de verdad) ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer:
buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si
se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus
intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y
convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su
destino. Es una cualidad que en psicología se denomina «empatía». Mediante
la empatía, -dijo Kapuścińsk - se puede comprender el carácter del propio
interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas
de los demás”.
En
esa oportunidad nos contó Kapuścińsk las terribles historias que deja la guerra
en los corresponsales que cubren esos hechos bélicos. Él revelaba cómo muchos
de ellos jamás volvían a dormir tranquilos, ni volvían a ser los mismos. Morían
en vida, luego de ver tanto dolor y tanta miseria en las víctimas de la guerra.
La mayoría de los periodistas, de diversas partes del mundo, que compartíamos aquel
curso, estábamos seguros que era muy remoto que algo tan terrible pasara en nuestros
países del sur, en nuestros inocentes países del sur, pero oh error, el
narcotráfico y la corrupción que se han instalado en países como Venezuela, han
marcado a la sociedad con la muerte y el dolor. En las guerras convencionales
se identifica claramente a los grupos en conflicto. En las sociedades nuestras,
no. Ese es un reto para el periodismo.
¿Puede
entonces un periodista argumentar que los bajos salarios, la ausencia de
comodidades o simplemente el temor ante el poder es la excusa para convertirnos
en la celestina de los gobernantes o para callar lo que tenemos la obligación
de decir? No, no, yo no acepto ese destino. Nunca lo acepté cuando en el pasado
los poderosos partidos políticos de entonces intentaban lo mismo que hoy, desde
sectores del gobierno de turno, han logrado pero con mayor éxito: censurarnos,
limitarnos, imponernos el silencio. No les extrañe esa intención, es así a lo
largo de la Historia, porque el periodismo es antipoder; aunque nos resistamos
con todas las fuerzas, siempre terminamos en la acera del frente. No importa
cuánto nos esforcemos en tratar de no tocar la fina dermis del poder. Siempre,
siempre, siempre lo hacemos, a veces de manera descarnada, otras como un rayo
lacerante que quema hasta las fibras más sensibles o incluso con la suavidad de
una caricia.
¡Ah!
el rol del periodista es más exigente que el de cualquier otro oficio, aunque
algunos crean que es mejor llamarla “profesión”. Los periodistas tenemos que
salir a decir lo que el resto de la sociedad no se atreve ni quiere a decir, lo
que el poder trata de ocultar. Se nos ha investido de una especie de aura de
esas que cubren a los héroes o a las heroínas del cine y la televisión, pero
estamos en desventaja, porque no tenemos la capa de Superman, el Clar Kent del
diario El Planeta, que nos permita
volar sobre la ciudad, y somos vulnerables a algo más que la criptonita. Solo
somos un hombre o una mujer.
En
La fiesta del chivo de Mario Vargas
Llosa, él suelta una oración que nos ubica con claridad en lo que es el poder:
“Pero a fuerza de leer, escuchar, cotejar y pensar, has llegado a comprender
que tantos millones de personas, machacadas por la propaganda, por la falta de
información, embrutecidas por el adoctrinamiento, el aislamiento, despojadas
del libre albedrío de voluntad y hasta de curiosidad por el miedo y la práctica
de servilismo y la obsecuencia, llegarán a divinizar a Trujillo”. Se refiere Vargas llosa a aquel dictador de
República Dominica, Leonidas Trujillo.
Quiero
confesarles que soy reportera en esencia. Siendo Jefe de Información del
Semanario Quinto Día me encantó formar jóvenes pasantes y nobeles periodistas,
pero el trabajo de oficina me asfixiaba y sé que el director Carlos Croes, lo
sabía. Cuando logré librarme de ese compromiso volví a ser la reportera de siempre, la que viaja por
todo el país, la que no tiene horario, la que responde todas las llamadas
telefónicas, los mensajes de texto o los correos electrónicos, aunque sea un
trabajo titánico. Eso sí, no respondo groserías. Pero sobre todo, la que
escucha a la gente, la que palpa a este país desde sus niveles más bajos, la
que ama las montañas azules del Táchira y la que siente un profundo desprecio
por el corrupto que atropella y aplasta al pueblo, porque se burla de la
inocencia de esos seres que están ansiosos por creer en alguien. Estoy
convencida que la verdadera crisis de este país y de este pueblo, es el amor.
Necesitamos amar más a nuestra patria, que nos duela la tierra que dejaremos a
nuestras generaciones por venir, imponer los derechos de nuestros pueblos por
encima de los intereses particulares y mezquinos. De esa falta de amor,
adolecen sectores importantes del país, no discriminen si son chavistas u
opositores. Es hora de empezar una cruzada por la defensa de nuestra patria,
más allá del polo político donde cada uno de ustedes están ubicados.
Para
un periodista enfrentarse al poder no es fácil y menos si se es mujer, pero
como dijo Albert Camus “mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser
derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no
tiene recompensa”.
Hoy
Rubio, ya no es el de mi niñez, por supuesto, aquel de las casas con las
puertas abiertas, del respeto por la palabra, de la consideración por el
anciano y el niño. Aquel donde los maestros eran tan sagrados como los
sacerdotes. Mis maestros de niña y de adolescencia, eran en su mayoría, señoras
y señores de respeto, porque un maestro enseñaba más que las letras, enseñaba
ejemplo, moral, probidad. He ahí a mi profesora de primaria Lissete de Molina, sentada
aquí al frente, quien sin saberlo reforzó en mí, y de manera decisiva, lo que
aprendí en mi casa. La recuerdo como siempre, bella, sencilla e inteligente.
Nada que ver con esos maestros que llevan gasolina o alimentos para Colombia,
con la excusa de la crisis. No hay excusa posible. A la par, se dispersó sobre
el pueblo un manto que creó una tierra fértil para mucho delincuente, ahora
vestido de bachaquero, para los paracos o la guerrilla que se enseñorean con
nuestro pueblo, ante el silencio del Gobierno. Estamos en la sociedad del
absurdo. Aquí tiene miedo el honesto, tiene miedo el que trabaja con dignidad y
tiene miedo el que apuesta a la solidaridad y al respeto por el otro.
Siendo
casi una niña mi hermano Justo, que es más abogado que periodista, me llevó al entonces
barrio más pobre de éste mi pueblo natal, al barrio Nicaragua; ahí me acerqué a esos niveles de pobreza, a esos lugares
donde la muerte es una cultura, donde el hambre es la más solidaria de las
compañías, donde el embarazo no es una feliz planificación sino casi siempre un
accidente, es ahí donde vi por primera vez a algunos de esos dramas que rodean
a la marginalidad. Defendimos a aquellas 36 familias para que cambiaran los
ranchos de lata por casas de concreto y no descansamos hasta que eso se hizo
posible. Hoy el tiempo es otro, aprendí a interpretar la pobreza desde la
cultura, aprendí que lo acertado no era “pobrecito el pobre”. Supe que el poder
somete, conquista y principalmente te anula, te quita la potestad de pensar con
libertad, porque nada beneficia tanto al poderoso como la ignorancia del
subyugado. Si ustedes quieren ser chavistas u opositores, lo respeto tanto como
si quieren ser católicos o evangélicos, lo que como periodista no podemos tolerar
es que se pretenda conducir al pueblo como un borrego, con el mismo vicio de siempre.
Permítanme
citar a Benedetti, el poeta uruguayo, que escribió aquel Credo: “Está demás
decirte que a esta altura/ no creo en predicadores ni en generales/ ni en las
nalgas de Miss Universo/ ni en el arrepentimiento de los verdugos/ ni en el
catecismo del confort/ ni en el flaco perdón de Dios/ a estas alturas del partido/
creo en los ojos y las manos del pueblo/ en general/ y en tus ojos y tus manos/
en particular”.
No
sé en qué momento el poder en Venezuela dejó de cortejar a la masa, como lo
hace un hombre ante la hembra que le atrae, y en su lugar descubrió que era más
fácil comprarla. Ahora hay mecanismos más perversos que aquellos de darles
sacos de cemento y láminas de zinc. Perdónenme ustedes, pero me asquea que los
gobernantes quieran eternizarse en el poder, que vayan eliminando a quienes
pudieran sustituirlos, que se crean con el derecho de imponer a quien lo
sustituya en el cargo, como si fuera una monarquía que se hereda por la sangre
azul y con el más absoluto irrespeto por el pueblo que se hace llamar soberano.
Se ha hecho una odiosa praxis concebir el poder como una herencia.
Yo
admiro a Simón Bolívar, ese manoseado Libertador, ese maltratado héroe de la
patria, ese que sentenció, con finísimo acierto que “Los EEUU parecen
destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la
libertad”. Ah, es que era un visionario ese Simón, como lo es cuando nos dejó
en el Discurso de Angostura, el 15 de febrero de 1819: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo
en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se
acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”. Sí, sin
duda era un visionario nuestro Simón Bolívar.
Y
a propósito de ello les cuento que si algo impactó a Latinoamérica y a gran
parte del mundo fue, aquel primero de enero de 1959, con la llegada al poder de
los barbudos, como se conoció a Fidel Castro y a su grupo; ellos dieron un
mensaje esperanzador a los grandes movimientos sociales, casi todos
representados en una izquierda soñadora que le apostaba a la quimera. Fidel fue
el inspirador de los grandes llamados revolucionarios de la historia, quizás
tanto como Lenin o Marx. Pero ese hombre lleva 56 años en el poder. No sólo
tiene el pecado de haber sometido a un pueblo noble a cambio de seguridad e
igualdad; ¿pero qué nobleza hay en ello si les robó la libertad? Fidel no sólo
llegó al poder para vivir de él hasta el último minuto en que tenga vida, sino
que se aseguró de ello y por eso su hermano Raúl entró a la danza del poder
cubano. Pregúntense si durante casi seis décadas Cuba no ha producido líderes
capaces de conducir a ese país, de hacerlo próspero, modernizarlo, grande y a
su gente feliz. Claro que sí, como todas las sociedades, sólo que Fidel no le
iba a permitir a ningún líder que le hiciera sombra o amenazara su estadía en
la cumbre. Y aquel hombre hermoso, que fue capaz de inspirar los más nobles
sentimientos de entusiastas jóvenes, que con él se regó la idea por el mundo de
que era posible que los revolucionarios llegaran al poder, hoy es sólo un
dictador más. Entonces, tenía razón
Simón Bolívar.
Hay
comunicadores que me critican con ferocidad porque no tomo partido por algunos
de los polos en los que se ha dividido el país. Y no lo voy a hacer, a menos
que deje de ser periodista. Y mi pasión es el periodismo; no sé hacer otra
cosa.
La prensa libre se las ve fea en Venezuela ante una
débil defensa por parte de periodistas y de ciudadanos. Sucedió el 17 de junio cuando
la fachada de la sede de El Nacional
fue atacada con graffitis y excrementos. A mil kilómetros de distancia, en San
Cristóbal, sucedió exactamente lo mismo con la sede del diario La Nación. Cuando
estos tiempos se superen, entenderemos que fuimos demasiado cobardes ante la
arremetida contra los medios de comunicación, que permitimos que los arrinconaran,
los golpearan, los censuraran y los silenciaran.
Es cierto, como dice el Instituto de Prensa y
Sociedad, en Venezuela, informar se ha vuelto un desafío para valientes. Desde
que se creó el Complejo Editorial Alfredo
Maneiro para centralizar la compra de papel prensa, 41 periódicos han
tenido fallas de papel y varios impresos
han dejado de circular. El director del Correo del Caroní, David
Natera Febres, fue condenado a prisión por publicar una investigación sobre
corrupción. Espacio Público ha contabilizado,
en lo que va de año, siete medios que han sido afectados.
Todo eso es verdad, pero también lo es que muchos
periodistas han usado esta noble profesión para sacar ventaja, para lucrarse
del poder que deben adversar, que han esgrimido como excusa, para lograr una
visa extranjera, lo que en otros casos solo serían gajes del oficio.
Finalmente,
un mensaje a mis colegas periodistas que están aquí. Permítanme una crítica.
Tenemos que rescatar de este oficio aquello que hizo grande al periodismo del
siglo XX, el que liderizó, en los 70, el Watergate y que llevó a la renuncia
del presidente Richard Nixon por haberle mentido al país, o a aquel periodismo
que combatió el feroz silencio que Estados Unidos quiso imponerle al fracaso de
ellos en la Guerra del Vietnam. El poder en Venezuela nos ha empujado para que
los Colegios de Periodistas se queden como un club de opinadores de oficio,
como espacios para pedir ayudas a los gobernantes de turno, puede ser que eso
permita una beca, una ayuda, una casita o hasta un vehículo. No se confundan,
no estoy diciendo que no tenemos derecho
a la supervivencia, pero no a costa del quizás más sagrado de los derechos de
los hombres: la libertad. Cuando silenciamos o tergiversamos una información o
cuando coqueteamos con el poder, estamos atentando contra ese sagrado derecho,
porque estar informado es tener libertad para escoger, para decidir, para
hacer. Los tres resortes del periodismo, como dijo alguien, son la curiosidad,
la capacidad de asombro, pero también la capacidad de indignación.
El
colmo es que la polarización terminó de volver trizas el orgullo de ser
periodista, la solidaridad con el colega, verlo como al hermano a quien a veces
censuramos o criticamos, pero sólo tras las cuatro paredes de nuestro hogar, a
quien siempre estaremos dispuestos a defender en público así no tenga la razón.
Permitimos, con nuestra inacción, que algunos mercenarios penetraran el sagrado
espacio de esta profesión maravillosa y terrible, como la describió Oriana
Fallaci. Y ellos han ido minando el derecho a estar informados. Esa pequeña
mafia de “periodistas mercenarios” que se lucran de la sangre y de la miseria
que brota de las heridas de los sectores opositores u oficialistas, han
lesionado la dignidad del periodismo. Esos no son periodistas, no importa que
tengan un título que así lo dice, no son periodistas, porque no puede ser
periodista quien no cree, no predica y no ejerce con la verdad verdadera. ¿Que
el periodista se equivoca? Por supuesto que sí, a veces resbalamos aparatosamente
y nos levantamos con el dolor de haber errado y con la certeza que esos golpes
nunca sanarán. Ustedes pueden fácilmente identificar a esos mercenarios de la
comunicación, porque dan muestras de opulencia, de codearse íntimamente con sus
amigos del poder, de ser vistos con una sonrisa por aquellos que nos someten
con el donaire de la inteligencia. Esos mercenarios nunca cambian, siempre se
lisonjean con el poder, le sonríen, creen que lo seducen y no terminan más que
siendo otras víctimas de quienes los seducen a ellos en un juego perverso.
Pero
los que estamos en la acera de los buenos, los que dignificamos la profesión,
los que amamos el periodismo con el reto que significa no ser bien vistos, casi
nunca desde las altas esferas del poder, sea político o económico, creemos en
la vida, creemos en el amor, creemos en el respeto al otro, creemos en la
verdad. Y gracias a Dios no somos pocos, porque los periodistas no somos los
enemigos.
Dios
bendiga a mi tierra natal. Muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario