viernes, 8 de julio de 2016

Discurso de la periodista Sebastiana Barráez Pérez, oradora de orden en la sesión especial del Concejo Municipal del municipio Junín del estado Táchira. (1 de julio 2016)



Periodista Sebastiana Barráez Pérez, Oradora de Orden
en la Sesión Especial del Concejo Municipal del municipio Junín

Los periodistas no somos enemigos

Sebastiana Barráez

Antes de empezar mi discurso quería hacer una salvedad. Nosotros hoy no es, exactamente, que conmemoramos el día del periodista; una aclaratoria para la Cámara Municipal. Nosotros celebramos el Día del Periodista. Y si ustedes le preguntan a cada uno de los periodistas que están ubicados en esa ala de este salón, nosotros estamos celebrando el Día del Periodista, como celebramos la vida, como celebramos nuestra profesión y como celebramos este a país.
Y la otra aclaratoria que quiero hacer: a este país le hace falta que nosotros derribemos algunas barreras en esto de la polarización, porque resulta que casi siempre los periodistas estamos en la acera de al frente del poder. Y hoy no están aquí los concejales del Psuv, ni los dirigentes del Psuv, porque como ellos están en el poder, nosotros estamos en la acera contraria. Mañana les aseguro que va a ser una historia distinta. Mañana seguramente estarán aquí los del Psuv y no estarán los opositores.
Quise titular mi discurso llamándolo Los Periodistas no somos enemigos.
Yo estaba, irremediablemente, destinada al periodismo. De nada sirvieron aquellos trucos para ir a estudiar medicina. Mi madre, Celita Pérez Suárez, siempre tan pedagógica ella, cuando le dije que quería irme a la facultad de Medicina en Mérida, me respondió: “no hay dinero, estudié lo que hay ahí en San Cristóbal o se va para la cocina”. No quería ninguna de las carreras en existencia en Táchira y mucho menos la cocina. La que remotamente podía acercarse a una opción, sino tenía alternativa, era Comunicación Social.        
Presenté la Prueba de Actitud Académica y cuando llegó la hora de llenar las opciones de carrera, vi en aquella planilla la oportunidad de vencer la resistencia de mi madre. Coloqué primero medicina, segundo medicina y tercero comunicación. El Consejo Nacional de Universidades me seleccionó para Comunicación.
No sabía entonces que, a pesar de mi resistencia, ya se me había cruzado el periodismo. Yo era una adolescente cuando llegué al Liceo Carlos Rangel Lamus; allí tuve a uno de esos extraños y decisivos educadores que marcan nuestra formación, el profesor Rafael Rincón. Él rompía paradigmas y, más que buscar en un libro, nos llevó a otras experiencias, dándonos la opción de decidir. Fui de las que escogí la elaboración de un periódico. Les aseguro que no por gusto, solo que fue con lo más me identifiqué. Poco después fui la coordinadora del aquel medio llamado Corto-Circuito.
Ni siquiera entonces me había dado cuenta que yo tenía una herencia en esa línea. Mi padre Víctor Barráez y mi mamá, tenían una máxima en la solidaridad, en el apoyo al prójimo, en la ayuda incondicional. Creo que por eso creían y militaban en la izquierda. Papá en el aquel honesto Movimiento Electoral del Pueblo y mamá en la lucha gremial con la Federación Venezolana de Maestros. Mamá era la más intensa, hizo de la defensa de los educadores una pasión sin barreras. ¡Ah! entonces el poder en Rubio y en el Táchira lo tenía el otrora poderoso Acción Democrática. Los del partido blanco eran tan temperamentales e intensos como hoy son los chavistas. Mamá no daba tregua. Yo era una niña aun muy pequeña, cuando, no sé de dónde, trajeron a mi casa un viejo multígrafo, que era un aparato en el que reproducían con tinta, en hojas blancas, un periódico clandestino llamado El Chacarito. La redactora era mamá y tenía a un par de educadores cómplices. Luego entendí que ella optó por esa alternativa ya que no había ningún medio de difusión a través del cual denunciar lo que sucedía en las escuelas de Rubio. Aunque nunca antes tuvo contacto con el periodismo, aquella maestra, de visión a futuro que era mi madre, se dio cuenta que el periodismo es el arma más poderosa contra el abuso, contra el poder, contra la prepotencia de quienes desde las alturas se creen bendecidos. Todos en casa participábamos, de una o de otra forma, en El Chacarito: unos activamente y otros haciendo silencio. Siempre se temía que los cuerpos de seguridad nos allanaran la casa por el clandestino Chacarito. A veces papá sacaba el multígrafo en su viejo Pontiac y lo llevaba a casa de algún aliado. Mamá desapareció El Chacarito cuando se hizo asidua visitante del diario La Nación y mi casa era centro de visitas de periodistas reconocidos como Humberto Rodríguez Guevara, Carmencita Molina, Mireya Vivas, Orfilia Contreras, Days Martínez, entre otros.
En el núcleo de la Universidad de Los Andes en Táchira fui a presentar una prueba de admisión, rogando a Dios no quedar y que por fin mamá aceptara enviarme a estudiar medicina. Fueron muchísimos los que presentaron la prueba, pero sólo escogerían a 80. ¿Adivinan? Yo quedé entre los 80 escogidos. Ahí me resigné y entré a estudiar comunicación.
Poco después un dirigente de AD y excelente profesional como Juan de Dios Cañas nos envió una invitación, a Gonzalo Rey y a mí. Nos invitaba como director del CIER a dar unos talleres de periodismo estudiantil. Ni idea teníamos de qué era eso. Revisando las exigencias nos dimos cuenta que fue eso lo que yo hice en el Liceo con El Corto-Circuito. ¡Ah! Estábamos como pez en el agua. Cañas demostró tener visión de futuro. Logramos que todas las escuelas de Rubio sacaran sus periódicos, algunos más ingeniosos que otros. Lo más maravilloso es que cada instituto de educación tenía no menos de cinco periódicos escolares. Ese reto me entusiasmó hasta el delirio.
Tiempo después la ULA me envió a representarla en un Encuentro Nacional de Educadores a desarrollarse en Maracay, con el tema Periodismo Estudiantil. Ahí descubrí que el ensayo de Rubio se convertiría en una experiencia nacional.
No pasó mucho tiempo para que Zoyré Frontado de Matos, una periodista de gran calidad humana, me recibiera en diario La Nación y me propusiera que fuera conociendo el ambiente; eso sí, sin paga. Así que yo seguí pidiendo cola en la entrada de Rubio para ir todos los días a la Universidad y al trabajo. Después supe que diario Pueblo buscaba aprendices, solicité entrar y me contrataron, esta vez con pago incluido. Ya no hubo vuelta atrás, no sé cuándo hice del periodismo esta pasión, esta razón de vida y este compromiso con mis lectores. Y si alguien fue decisivo en ese mi quehacer periodístico, como el de muchos periodistas de este estado, fue un rubiense: José Rafael Cortés, el dueño de La Nación. Me apoyó en momentos en que el poder quiso enseñorearse con aquella impulsiva periodista que yo era entonces.
Y es que el periodismo es libre o sino es una mentira o un recurso usado por el poder para subyugar, para que engañemos a las masas, para que usemos la palabra para someter a nuestros lectores, a nuestros oyentes, a nuestros televidentes. Entonces, ¿qué es un periodista? Es aquel cuyo oficio es decir la verdad verdadera. O como dijo Gabriel García Márquez es el “mejor oficio del mundo”.
Cuando hice un curso de Corresponsales de Guerra con los cascos azules de la ONU en Buenos Aires, uno de los conferencistas fue Ryszard Kapuścińsk, un reconocidísimo  periodista bieloruso, quien dijo en su obra “Los cínicos no sirven para este oficio”, que  “Para ejercer el periodismo, (para ejerver el periodismo de verdad) ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino. Es una cualidad que en psicología se denomina «empatía». Mediante la empatía, -dijo Kapuścińsk - se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás”. 
En esa oportunidad nos contó Kapuścińsk las terribles historias que deja la guerra en los corresponsales que cubren esos hechos bélicos. Él revelaba cómo muchos de ellos jamás volvían a dormir tranquilos, ni volvían a ser los mismos. Morían en vida, luego de ver tanto dolor y tanta miseria en las víctimas de la guerra. La mayoría de los periodistas, de diversas partes del mundo, que compartíamos aquel curso, estábamos seguros que era muy remoto que algo tan terrible pasara en nuestros países del sur, en nuestros inocentes países del sur, pero oh error, el narcotráfico y la corrupción que se han instalado en países como Venezuela, han marcado a la sociedad con la muerte y el dolor. En las guerras convencionales se identifica claramente a los grupos en conflicto. En las sociedades nuestras, no. Ese es un reto para el periodismo.
¿Puede entonces un periodista argumentar que los bajos salarios, la ausencia de comodidades o simplemente el temor ante el poder es la excusa para convertirnos en la celestina de los gobernantes o para callar lo que tenemos la obligación de decir? No, no, yo no acepto ese destino. Nunca lo acepté cuando en el pasado los poderosos partidos políticos de entonces intentaban lo mismo que hoy, desde sectores del gobierno de turno, han logrado pero con mayor éxito: censurarnos, limitarnos, imponernos el silencio. No les extrañe esa intención, es así a lo largo de la Historia, porque el periodismo es antipoder; aunque nos resistamos con todas las fuerzas, siempre terminamos en la acera del frente. No importa cuánto nos esforcemos en tratar de no tocar la fina dermis del poder. Siempre, siempre, siempre lo hacemos, a veces de manera descarnada, otras como un rayo lacerante que quema hasta las fibras más sensibles o incluso con la suavidad de una caricia.
¡Ah! el rol del periodista es más exigente que el de cualquier otro oficio, aunque algunos crean que es mejor llamarla “profesión”. Los periodistas tenemos que salir a decir lo que el resto de la sociedad no se atreve ni quiere a decir, lo que el poder trata de ocultar. Se nos ha investido de una especie de aura de esas que cubren a los héroes o a las heroínas del cine y la televisión, pero estamos en desventaja, porque no tenemos la capa de Superman, el Clar Kent del diario El Planeta, que nos permita volar sobre la ciudad, y somos vulnerables a algo más que la criptonita. Solo somos un hombre o una mujer.
En La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, él suelta una oración que nos ubica con claridad en lo que es el poder: “Pero a fuerza de leer, escuchar, cotejar y pensar, has llegado a comprender que tantos millones de personas, machacadas por la propaganda, por la falta de información, embrutecidas por el adoctrinamiento, el aislamiento, despojadas del libre albedrío de voluntad y hasta de curiosidad por el miedo y la práctica de servilismo y la obsecuencia, llegarán a divinizar a Trujillo”.  Se refiere Vargas llosa a aquel dictador de República Dominica, Leonidas Trujillo.
Quiero confesarles que soy reportera en esencia. Siendo Jefe de Información del Semanario Quinto Día me encantó formar jóvenes pasantes y nobeles periodistas, pero el trabajo de oficina me asfixiaba y sé que el director Carlos Croes, lo sabía. Cuando logré librarme de ese compromiso volví a ser  la reportera de siempre, la que viaja por todo el país, la que no tiene horario, la que responde todas las llamadas telefónicas, los mensajes de texto o los correos electrónicos, aunque sea un trabajo titánico. Eso sí, no respondo groserías. Pero sobre todo, la que escucha a la gente, la que palpa a este país desde sus niveles más bajos, la que ama las montañas azules del Táchira y la que siente un profundo desprecio por el corrupto que atropella y aplasta al pueblo, porque se burla de la inocencia de esos seres que están ansiosos por creer en alguien. Estoy convencida que la verdadera crisis de este país y de este pueblo, es el amor. Necesitamos amar más a nuestra patria, que nos duela la tierra que dejaremos a nuestras generaciones por venir, imponer los derechos de nuestros pueblos por encima de los intereses particulares y mezquinos. De esa falta de amor, adolecen sectores importantes del país, no discriminen si son chavistas u opositores. Es hora de empezar una cruzada por la defensa de nuestra patria, más allá del polo político donde cada uno de ustedes están ubicados.
Para un periodista enfrentarse al poder no es fácil y menos si se es mujer, pero como dijo Albert Camus “mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no tiene recompensa”.
Hoy Rubio, ya no es el de mi niñez, por supuesto, aquel de las casas con las puertas abiertas, del respeto por la palabra, de la consideración por el anciano y el niño. Aquel donde los maestros eran tan sagrados como los sacerdotes. Mis maestros de niña y de adolescencia, eran en su mayoría, señoras y señores de respeto, porque un maestro enseñaba más que las letras, enseñaba ejemplo, moral, probidad. He ahí a mi profesora de primaria Lissete de Molina, sentada aquí al frente, quien sin saberlo reforzó en mí, y de manera decisiva, lo que aprendí en mi casa. La recuerdo como siempre, bella, sencilla e inteligente. Nada que ver con esos maestros que llevan gasolina o alimentos para Colombia, con la excusa de la crisis. No hay excusa posible. A la par, se dispersó sobre el pueblo un manto que creó una tierra fértil para mucho delincuente, ahora vestido de bachaquero, para los paracos o la guerrilla que se enseñorean con nuestro pueblo, ante el silencio del Gobierno. Estamos en la sociedad del absurdo. Aquí tiene miedo el honesto, tiene miedo el que trabaja con dignidad y tiene miedo el que apuesta a la solidaridad y al respeto por el otro.
Siendo casi una niña mi hermano Justo, que es más abogado que periodista, me llevó al entonces barrio más pobre de éste mi pueblo natal, al barrio Nicaragua; ahí me acerqué a esos niveles de pobreza, a esos lugares donde la muerte es una cultura, donde el hambre es la más solidaria de las compañías, donde el embarazo no es una feliz planificación sino casi siempre un accidente, es ahí donde vi por primera vez a algunos de esos dramas que rodean a la marginalidad. Defendimos a aquellas 36 familias para que cambiaran los ranchos de lata por casas de concreto y no descansamos hasta que eso se hizo posible. Hoy el tiempo es otro, aprendí a interpretar la pobreza desde la cultura, aprendí que lo acertado no era “pobrecito el pobre”. Supe que el poder somete, conquista y principalmente te anula, te quita la potestad de pensar con libertad, porque nada beneficia tanto al poderoso como la ignorancia del subyugado. Si ustedes quieren ser chavistas u opositores, lo respeto tanto como si quieren ser católicos o evangélicos, lo que como periodista no podemos tolerar es que se pretenda conducir al pueblo como un borrego, con el mismo vicio de siempre.
Permítanme citar a Benedetti, el poeta uruguayo, que escribió aquel Credo: “Está demás decirte que a esta altura/ no creo en predicadores ni en generales/ ni en las nalgas de Miss Universo/ ni en el arrepentimiento de los verdugos/ ni en el catecismo del confort/ ni en el flaco perdón de Dios/ a estas alturas del partido/ creo en los ojos y las manos del pueblo/ en general/ y en tus ojos y tus manos/ en particular”.
No sé en qué momento el poder en Venezuela dejó de cortejar a la masa, como lo hace un hombre ante la hembra que le atrae, y en su lugar descubrió que era más fácil comprarla. Ahora hay mecanismos más perversos que aquellos de darles sacos de cemento y láminas de zinc. Perdónenme ustedes, pero me asquea que los gobernantes quieran eternizarse en el poder, que vayan eliminando a quienes pudieran sustituirlos, que se crean con el derecho de imponer a quien lo sustituya en el cargo, como si fuera una monarquía que se hereda por la sangre azul y con el más absoluto irrespeto por el pueblo que se hace llamar soberano. Se ha hecho una odiosa praxis concebir el poder como una herencia.
Yo admiro a Simón Bolívar, ese manoseado Libertador, ese maltratado héroe de la patria, ese que sentenció, con finísimo acierto que “Los EEUU parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”. Ah, es que era un visionario ese Simón, como lo es cuando nos dejó en el Discurso de Angostura, el 15 de febrero de 1819: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”. Sí, sin duda era un visionario nuestro Simón Bolívar.
Y a propósito de ello les cuento que si algo impactó a Latinoamérica y a gran parte del mundo fue, aquel primero de enero de 1959, con la llegada al poder de los barbudos, como se conoció a Fidel Castro y a su grupo; ellos dieron un mensaje esperanzador a los grandes movimientos sociales, casi todos representados en una izquierda soñadora que le apostaba a la quimera. Fidel fue el inspirador de los grandes llamados revolucionarios de la historia, quizás tanto como Lenin o Marx. Pero ese hombre lleva 56 años en el poder. No sólo tiene el pecado de haber sometido a un pueblo noble a cambio de seguridad e igualdad; ¿pero qué nobleza hay en ello si les robó la libertad? Fidel no sólo llegó al poder para vivir de él hasta el último minuto en que tenga vida, sino que se aseguró de ello y por eso su hermano Raúl entró a la danza del poder cubano. Pregúntense si durante casi seis décadas Cuba no ha producido líderes capaces de conducir a ese país, de hacerlo próspero, modernizarlo, grande y a su gente feliz. Claro que sí, como todas las sociedades, sólo que Fidel no le iba a permitir a ningún líder que le hiciera sombra o amenazara su estadía en la cumbre. Y aquel hombre hermoso, que fue capaz de inspirar los más nobles sentimientos de entusiastas jóvenes, que con él se regó la idea por el mundo de que era posible que los revolucionarios llegaran al poder, hoy es sólo un dictador más.  Entonces, tenía razón Simón Bolívar.
Hay comunicadores que me critican con ferocidad porque no tomo partido por algunos de los polos en los que se ha dividido el país. Y no lo voy a hacer, a menos que deje de ser periodista. Y mi pasión es el periodismo; no sé hacer otra cosa.
La prensa libre se las ve fea en Venezuela ante una débil defensa por parte de periodistas y de ciudadanos. Sucedió el 17 de junio cuando la fachada de la sede de El Nacional fue atacada con graffitis y excrementos. A mil kilómetros de distancia, en San Cristóbal, sucedió exactamente lo mismo con la sede del diario La Nación. Cuando estos tiempos se superen, entenderemos que fuimos demasiado cobardes ante la arremetida contra los medios de comunicación, que permitimos que los arrinconaran, los golpearan, los censuraran y los silenciaran.
Es cierto, como dice el Instituto de Prensa y Sociedad, en Venezuela, informar se ha vuelto un desafío para valientes. Desde que se creó el Complejo Editorial Alfredo Maneiro para centralizar la compra de papel prensa, 41 periódicos han tenido fallas de papel y varios  impresos han dejado de circular. El director del Correo del Caroní, David Natera Febres, fue condenado a prisión por publicar una investigación sobre corrupción. Espacio Público ha contabilizado, en lo que va de año, siete medios que han sido afectados.
Todo eso es verdad, pero también lo es que muchos periodistas han usado esta noble profesión para sacar ventaja, para lucrarse del poder que deben adversar, que han esgrimido como excusa, para lograr una visa extranjera, lo que en otros casos solo serían gajes del oficio. 
Finalmente, un mensaje a mis colegas periodistas que están aquí. Permítanme una crítica. Tenemos que rescatar de este oficio aquello que hizo grande al periodismo del siglo XX, el que liderizó, en los 70, el Watergate y que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon por haberle mentido al país, o a aquel periodismo que combatió el feroz silencio que Estados Unidos quiso imponerle al fracaso de ellos en la Guerra del Vietnam. El poder en Venezuela nos ha empujado para que los Colegios de Periodistas se queden como un club de opinadores de oficio, como espacios para pedir ayudas a los gobernantes de turno, puede ser que eso permita una beca, una ayuda, una casita o hasta un vehículo. No se confundan, no estoy  diciendo que no tenemos derecho a la supervivencia, pero no a costa del quizás más sagrado de los derechos de los hombres: la libertad. Cuando silenciamos o tergiversamos una información o cuando coqueteamos con el poder, estamos atentando contra ese sagrado derecho, porque estar informado es tener libertad para escoger, para decidir, para hacer. Los tres resortes del periodismo, como dijo alguien, son la curiosidad, la capacidad de asombro, pero también la capacidad de indignación.
El colmo es que la polarización terminó de volver trizas el orgullo de ser periodista, la solidaridad con el colega, verlo como al hermano a quien a veces censuramos o criticamos, pero sólo tras las cuatro paredes de nuestro hogar, a quien siempre estaremos dispuestos a defender en público así no tenga la razón. Permitimos, con nuestra inacción, que algunos mercenarios penetraran el sagrado espacio de esta profesión maravillosa y terrible, como la describió Oriana Fallaci. Y ellos han ido minando el derecho a estar informados. Esa pequeña mafia de “periodistas mercenarios” que se lucran de la sangre y de la miseria que brota de las heridas de los sectores opositores u oficialistas, han lesionado la dignidad del periodismo. Esos no son periodistas, no importa que tengan un título que así lo dice, no son periodistas, porque no puede ser periodista quien no cree, no predica y no ejerce con la verdad verdadera. ¿Que el periodista se equivoca? Por supuesto que sí, a veces resbalamos aparatosamente y nos levantamos con el dolor de haber errado y con la certeza que esos golpes nunca sanarán. Ustedes pueden fácilmente identificar a esos mercenarios de la comunicación, porque dan muestras de opulencia, de codearse íntimamente con sus amigos del poder, de ser vistos con una sonrisa por aquellos que nos someten con el donaire de la inteligencia. Esos mercenarios nunca cambian, siempre se lisonjean con el poder, le sonríen, creen que lo seducen y no terminan más que siendo otras víctimas de quienes los seducen a ellos en un juego perverso.
Pero los que estamos en la acera de los buenos, los que dignificamos la profesión, los que amamos el periodismo con el reto que significa no ser bien vistos, casi nunca desde las altas esferas del poder, sea político o económico, creemos en la vida, creemos en el amor, creemos en el respeto al otro, creemos en la verdad. Y gracias a Dios no somos pocos, porque los periodistas no somos los enemigos.
Dios bendiga a mi tierra natal. Muchas gracias.

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